Publicado
en PRODAVINCI | 20/03/2019
No debemos olvidar
en la euforia de este gran momento nacional que el camino de nuestra
independencia económica recién se comienza. Será tarea cotidiana sin
complacencias ni complicidades. Ahora no tendremos excusas para nuestros
fracasos. La tarea es absolutamente nuestra y la riqueza que podamos crear será
obra nuestra. Pero también ahora seremos responsables o culpables de la miseria
de nuestros niños, del abandono de nuestros cultivos y del desamparo de
nuestros hogares”.
Discurso de Carlos Andrés Pérez en agosto de 1975
con motivo de la Nacionalización de la Industria de los Hidrocarburos
Desde el momento de
su creación, Petróleos de Venezuela (PDVSA) ha sido objeto de admiración,
envidia (que es otra forma de admiración), odio, sospecha, indiferencia y, para
abreviar, de casi todo el espectro de sentimientos humanos por parte de los
venezolanos. Durante toda su existencia, PDVSA ha sido sinónimo de la industria
petrolera venezolana y aún hoy, a pesar de estar sumida en una crisis sin
precedentes, o quizás por ello, continúa siendo una pieza central a la hora de
tratar de entender los derroteros por los cuales transita la República.
En esta hora
menguada que vive Venezuela, sabios y legos se enfrascan en un debate
apasionado sobre si PDVSA debería o no existir en la Venezuela reconstruida
postchavismo, aunque nunca nos queda claro si discuten sobre lo mismo, ya que
sospecho que cada uno tiene una idea propia de lo que es o de lo que significa
PDVSA.
Cuando hablamos de
PDVSA, ¿a qué nos referimos?
·
¿A la PDVSA de la etapa postnacionalización que le
tocó recuperar la industria de los efectos de la falta de inversión de las
compañías extranjeras, y que derrumbó el mito de que las reservas petroleras
del país eran de muy corta vida?
·
¿A la PDVSA de los cambios de patrón de refinación,
exploración de la Faja del Orinoco y comienzos de la internacionalización, con
una visión de convertirse en actor importante del mercado mundial?
·
¿A la PDVSA de la llamada Apertura Petrolera, que ante
la ingente base de recursos del país convenció al país político de la necesidad
de atraer de vuelta la inversión extranjera para desarrollar las oportunidades
existentes y buscaba nuevos espacios industriales?
·
¿A la PDVSA actor y víctima de los enfrentamientos
políticos de principios del siglo XX?
·
¿A la PDVSA “roja rojita” que nació de la anterior y
que derivó en un conglomerado de clientelismo nacional e internacional?
·
¿A una PDVSA ideal todavía por definir?
Cada uno de
nosotros tiene una memoria o idea muy particular de cómo era PDVSA o cómo
debiese ser, dependiendo de la edad, de si trabajó en ella o no, si le fue bien
o no, de su sesgo profesional o político y, sobre todo, si se ve o no con un
rol futuro en ella. Todo esto hace que la respuesta a la pregunta no sea única
o definitiva.
Rómulo Betancourt,
presidente de Venezuela y autor del libro “Venezuela, Política y Petróleo”, que
a pesar de los años transcurridos es el mejor esfuerzo de un político
venezolano por escribir sobre su visión de la relación entre el petróleo y la
política, expresó lo siguiente en su discurso de cierre de campaña presidencial
en 1958:
“Estamos viviendo
de prestado de una riqueza, de la riqueza del petróleo, que nos va a durar
apenas unas pocas décadas. Contra reloj, en ese lapso tenemos que crear una
economía nuestra, una agricultura poderosa, una ganadería próspera, una
industria potente, para que cuando desaparezca el petróleo y no quede de él
sino el testimonio de unas cabrias enmohecidas y unos socavones en Oriente y
Occidente, no veamos ese fenómeno con desoladora tristeza, sino como algo que
se esperaba y para lo cual estábamos preparados”.
“…porque Venezuela,
después de treinta años de industria del petróleo del país, no puede continuar
siendo una espectadora pasiva, con los brazos cruzados, de la forma cómo se
explota, de la forma cómo se refina, de la forma cómo se comercializa el
petróleo nacional.”
Creía Betancourt,
al igual que muchos de sus contemporáneos, que por una parte el petróleo como
fuente de riqueza económica para Venezuela tenía sus días contados y por la
otra en la necesidad imperiosa de que los venezolanos, en particular el Estado,
se ocuparan de tomar control político y operacional de la industria petrolera.
Es así como la
Corporación Venezolana del Petróleo (CVP) es creada bajo la figura de instituto
autónomo por decreto Nº 260 del 19 de abril de 1960 y publicado en la Gaceta
Oficial Nº 26.233 del 21 de abril del mismo año. Esta primera compañía estatal
tendría una actuación modesta en las actividades de exploración y producción y
será fusionada con otras operadoras durante el proceso de nacionalización de
1975-1976; la construcción de una empresa petrolera requería de una combinación
de recurso humano, tecnología y músculo financiero que el Estado no estaba en
capacidad de proveer.
En 1975, durante la
presidencia de Carlos Andrés Pérez, se aprueba la Ley Orgánica que Reserva al
Estado la Industria y Comercialización de Hidrocarburos (LOREICH), como
culminación de un proceso de cada vez mayor control de la actividad por el
Estado. En esa ley se crea PDVSA como una empresa que funcionaría como casa
matriz, con la responsabilidad de la planificación y el control financiero y
operacional de la industria. La operación como tal quedaría en manos de las 14
empresas (ahora propiedad del Estado) que en ese momento existían en Venezuela,
argumentando que con esto se garantizaba la continuidad operacional. Esta
decisión fue en su momento bastante polémica, ya que algunos preferían que
fuese la CVP la que fungiese como casa matriz y única operadora.
Para nuestros
propósitos, es importante explicar que la PDVSA original era pequeña en tamaño
y modesta en alcance: tenía principalmente un rol de coordinación de las
filiales; estas, seguramente veían a PDVSA como una incomodidad necesaria.
PDVSA, además, servía de muro de contención entre la operación petrolera, por
definición una actividad técnica, y el mundo político, función en la que sin
duda fue exitosa por largos años.
En
el transcurrir del tiempo, PDVSA se fue fortaleciendo en su rol de casa matriz
y el balance del poder organizacional fue migrando de las filiales a la casa
matriz. El contacto con el Gobierno, el control presupuestal y las decisiones
sobre las carreras de los ejecutivos se convirtieron en las palancas por medio
de las cuales se fue consolidando su autoridad sobre las filiales. La operación
y la concentración de know-howtécnico/comercial
continuaba, sin embargo, en las filiales operadoras, que además se habían
venido consolidando en solo cuatro de ellas.
Un factor de gran
importancia en la transformación que tuvo PDVSA en esa etapa fue el relevo
generacional. De una industria totalmente poblada por obreros, técnicos y
profesionales formados en los tiempos y las formas de las multinacionales, una
nueva generación se empieza a abrir paso en la estructura. Aunque educada en la
tradición de excelencia de las operadoras extranjeras, la nueva camada genera
una cultura de empresa estatal con rasgos de multinacional, creando un híbrido
organizacional, particular de cada filial y de cada región operadora y que ven
en PDVSA un “primus inter pares”.
En esa
consolidación como casa matriz, PDVSA empieza a atraer a lo mejor del personal
de la industria y a los profesionales que salen de las mejores universidades
nacionales y del plan de becas Mariscal de Ayacucho. Además, los proyectos
transformadores de la industria: cambio de patrón de refinación, desarrollo de
la Faja del Orinoco, Internacionalización, Apertura Petrolera, etc., aunque
ejecutados por las filiales, son coordinados y motorizados desde la casa
matriz. PDVSA ya no es una Siberia organizacional, sino el paso obligado para
aquellos que buscan ascender e influir en la corporación.
En enero de 1998,
con la fusión de las cuatro filiales operadoras bajo el paraguas de PDVSA, otra
corporación surge. PDVSA no es ahora solo una entidad coordinadora, sino que
formaliza su control sobre las operaciones e intenta crear una identidad
cultural propia, diferente al legado de las multinacionales; esta decisión fue
y es todavía cuestionada por muchos, pero no es el objetivo aquí abrir esa
particular discusión. Basta decir que los acontecimientos posteriores no nos
permitieron juzgar los efectos de esa decisión con la perspectiva adecuada.
De 1999 a la fecha
muchas cosas han pasado con PDVSA, ahora convertida en instrumento de política
partidista, foco de corrupción y divorciada de su actividad primigenia:
desarrollar y comercializar los recursos de hidrocarburos de Venezuela. Esa
PDVSA chavista se nos presenta a muchos como la antítesis de todo lo que
debería ser el guardián honesto de nuestros recursos de hidrocarburos: débil
técnica y organizacionalmente. Una oscura etapa de la que debemos aprender lo
perverso que puede ser un Estado que monopolice la sangre que mueve la economía
de un país.
En suma, siempre el
mismo nombre, PDVSA, pero nunca la misma organización.
Regresemos entonces
a la discusión de si debemos o no “rescatar” a PDVSA y qué significa eso en
realidad. Como hemos visto, no existe una única PDVSA que nos sirva de modelo
para el mentado rescate, sino que seguramente existen otras versiones
diferentes a las que aquí se mencionan. Más aún, me atrevo a asegurar que
ninguna de las versiones de PDVSA del pasado es la adecuada para enfrentar el
estado de colapso en que hoy se encuentra la industria petrolera nacional.
¿Qué
hacer?
Antes de aventurar
cualquier estrategia, es necesario entender cuáles son las variables que
influyen sobre la industria petrolera venezolana, su inserción en el mercado
nacional e internacional, y de ahí esbozar una visión futura.
Así las cosas, es
importante contestar ciertas preguntas: ¿cuál es el futuro del petróleo? ¿Cuál
es la visión del rol de la industria petrolera nacional en el modelo de
desarrollo del país? ¿Cuál es el estado de las instalaciones existentes? ¿Cuál
es el rol del capital privado? ¿Cuál es el rol de una compañía estatal? ¿Cuáles
son las necesidades de inversión en el sector? ¿Cuáles son los
requerimientos tecnológicos? ¿Con qué recurso humano se cuenta? ¿Cuál es el mejor
vehículo legal/económico para que el Estado ejerza su rol? ¿Qué implicaciones
institucionales tienen las respuestas a las anteriores preguntas?
Una vez contestadas
las preguntas sobre el sector, debemos entonces proceder a entender el entorno
general en el cual opera la industria: ¿Cuáles son las necesidades de ingreso
petrolero de parte del fisco? ¿Cuál es la disponibilidad de fondos de parte del
Estado para invertir en el sector? ¿Existe capital político para las reformas
que se buscan implantar de manera sostenible? ¿Existe interés real y sostenido
del capital privado para participar en el sector?
De modo que
rescatar a PDVSA, cualquier cosa que esto signifique, no puede ser un objetivo
a priori, menos aún el producto de la nostalgia por tiempos mejores, o la
búsqueda de resarcimiento de derechos vulnerados o retribución política. La
decisión debe ser el resultado de un análisis serio de lo que se quiere hacer
con la industria petrolera nacional. Además, hay que tener muy en cuenta que
estas decisiones no pueden ser ejercicios de escritorio, sino que deben estar
basadas en la realidad ineludible de que, por primera vez en nuestra larga
historia petrolera, la infraestructura de la industria, sus niveles técnicos y
su cultura organizacional han sido dañadas hasta niveles de colapso
generalizado.
La idea que encarna
PDVSA ha demostrado tener una resiliencia extraordinaria en el imaginario de la
sociedad venezolana, en particular porque su destrucción por el chavismo la
convierte en objeto de nostalgia. En retrospectiva, no era imposible
predecir el destino de PDVSA: ser contaminada con la política y finalmente ser
destruida. Lo admirable es lo exitoso que fueron sus diferentes líderes en la
era pre Chávez en hacer de ella una institución de excelencia, a pesar de la
política.
PDVSA es mucho más
que un buen recuerdo, es una muestra de lo que podemos construir como sociedad,
pero es una criatura de su tiempo y de su circunstancia. PDVSA puede y debe ser
sustituida por otra idea o institución que refleje mejor este tiempo y esta
circunstancia; ese es el reto de la generación que hoy se asoma al escenario de
la historia, más ligera de equipaje.
La
actual coyuntura es la oportunidad para soñar con un mejor futuro y diseñar una
nueva industria petrolera nacional, construida sobre las lecciones del pasado,
la ruina que es el presente, y adecuada los enormes retos de Venezuela y a la
nueva e inquietante realidad de mercado que enfrenta el petróleo en el entorno
mundial.
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Grafica
Agregada al artículo por Nelson Hernandez.
1 comentario:
Gran información.
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