Fracking
Para enfrentar la caída del petróleo los países de la OPEP aplicaron a partir de 1982 recortes de su producción de petróleo. El objetivo era que al reducir la oferta los precios subieran.
Aquella medida, que ha debido ser excepcional, se transformó en una práctica usual de la organización.
No previó la OPEP que mientras más alto fuese el precio del petróleo y más inseguro su suministro, los países desarrollados buscarían alternativas. Tales alternativas tomaron tres vías complementarias: 1) Ahorro energético (todos los equipos y automóviles consumen hoy menos). 2) Agentes energéticos alternos (energía eólica, solar, autos eléctricos, etc.). 3) Nuevas tecnologías para producir hidrocarburos fuera de la OPEP.
En esta ocasión nos referiremos a esa tercera vía.
En Estados Unidos se ha desarrollado una tecnología conocida como “fracking” que permite extraer hidrocarburos, antes inaccesibles, de un tipo de rocas denominadas “lutitas petrolíferas” (Shale oil). Se trata de petróleo y gas atrapados en los poros y las capas de esas rocas y que no pueden extraerse por vías convencionales.
Consiste el “fracking” en provocar la fractura de las “lutitas petrolíferas” en el subsuelo, vía una fuerte presión hidráulica, inyectando en el yacimiento agua, arena y algunas substancias químicas. Al fracturarse, liberan grandes cantidades de hidrocarburos.
Las reservas de este tipo de hidrocarburos son tan abundantes en todo el mundo que han conducido a un cambio estructural en los mercados petroleros donde ha desaparecido el temor a la escasez que prevalecía.
Estados Unidos tiene las mayores reservas. También existen en Argentina, en toda Europa y en China. En Israel encontraron un yacimiento gigante de gas de lutitas (Shale gas) al cual han dado el nombre de Leviatán.
Debido al “fracking” la producción petrolera de Estados Unidos aumentó vertiginosamente –a razón de 1 millón de b/d por año– con lo cual ese país alcanzó una producción del orden de 8,98 millones de b/d y se transformó en el segundo mayor productor después de Arabia Saudita. Tal situación, sumada a una economía mundial débil, condujo a la aparición de excedentes de oferta petrolera y, por tanto, a una caída de los precios del petróleo.
La caída de los precios desestimuló temporalmente las inversiones en “fracking”. Pero recientemente la OPEP y algunos productores no OPEP, convinieron en resucitar la política de recortes petroleros para propiciar un aumento de sus precios. En conjunto convinieron en recortar en 1,8 millones de barriles diarios la producción.
Los precios reaccionaron, pero no al nivel que algunos esperaban. Específicamente la cesta venezolana, que el gobierno pregonaba sobrepasaría los 70 dólares, apenas ha superado los 45.
El mayor beneficiado parece ser Estados Unidos. Las inversiones en Shale oil que se habían estancado están reaccionando con vigor y el número de taladros destinados a esta actividad ha aumentando rápidamente, esperándose que la producción de Estados Unidos se eleve hasta 9,6 millones, su mayor nivel desde 1970. De hecho, uno de los mayores obstáculos en el desarrollo de “fracking” (aparte del impacto ambiental) eran sus mayores costos; sin embargo la curva de aprendizaje de esta tecnología ha conducido a un fuerte descenso en el costo por barril y también a reducir el daño ambiental.
Entre 2013 y 2016 el costo en boca de pozo en los mayores yacimientos de Shale oil en Estados Unidos cayó vertiginosamente. Veamos lo ocurrido en esas cuencas: en Eagle Ford (Texas), Bakken (Dakota del Norte), Niobrara (Colorado y Wyoming), Permian Delawere (Texas) y Permian Midland (Texas) el costo se ha venido reduciendo desde un máximo cercano a los 100 dólares por barril en 2013 hasta un promedio que oscila hoy alrededor de los 35 dólares. Si esta tendencia se mantiene, pronto veremos costos del orden de los 25 dólares por barril.
Más aún, recientemente el US Geological Service (USGS) anunció el descubrimiento del mayor yacimiento de petróleo de lutitas en Estados Unidos –el Midland Wolfcamp en Texas– cuyas reservas se calculan en unos 20.000 millones de barriles de petróleo y 16 billones de pies cúbicos de gas natural.
A lo anterior hay que agregar las medidas que viene anunciando el nuevo presidente de Estados Unidos –Donald Trump– en el sentido de promover la autosuficiencia energética mediante estímulos fiscales al “fracking”, además de la construcción del oleoducto Keystone que llevaría unos 800.000 b/d de crudo desde Canadá hasta el golfo de México.
¿Y Venezuela?
Mientras lo anterior ocurre en Estados Unidos, en Venezuela el costo de producción por barril se ha incrementado considerablemente. Aunque la falta de transparencia no permite disponer de cifras oficiales, algunos especialistas calculan que el costo de producción puede oscilar alrededor de los 18 dólares por barril, siendo más económico el petróleo convencional y más costoso el de la faja.
Venezuela debería estar preparándose para enfrentar el reto que le plantea el “fracking”. Pero ¿qué está haciendo al respecto nuestro gobierno? La respuesta es desalentadora. Sumido en un dogmatismo apabullante, el régimen continúa con su palabrería hueca evidenciando su incapacidad para manejar la situación.
Si los temas que ocupan la cabeza de los burócratas de Pdvsa tienen que ver con el “equilibrio del Universo”, “la paz planetaria” y “la creación de un mundo multicéntrico y pluripolar”, no me extraña que no tengan tiempo para ocuparse de cosas tan banales como el mantenimiento de nuestras refinerías y oleoductos y la progresiva destrucción de Pdvsa y Citgo.
Veamos algunos de los grandilocuentes lineamientos estratégicos trazados por la Asamblea de Pdvsa para enfrentar nuestro futuro petrolero:
“Continuar construyendo el socialismo bolivariano del siglo XXI, en Venezuela, como alternativa al sistema destructivo y salvaje del capitalismo” (pág. 292).
“Convertir a Venezuela en un país potencia en lo social, lo económico y lo político dentro de la gran potencia naciente de América Latina y el Caribe, que garanticen la conformación de una zona de paz en nuestra América” (pág. 294).
“Contribuir al desarrollo de una nueva geopolítica internacional en la cual tome cuerpo un mundo multicéntrico y pluripolar que permita lograr el equilibrio del Universo y garantizar la paz planetaria” (pág. 299).
El documento entero es un entramado de monsergas dogmáticas que muy poco tiene que ver con los lineamientos estratégicos que deberían servir para enfrentar el reto concreto de los dramáticos cambios que se están presentando en los mercados petroleros.
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