La primera ley de la petropolítica postula lo siguiente: el precio del crudo y el ritmo de la libertad siempre se mueven en direcciones opuestas en Estados petroleros ricos en crudo.
Cuanto más alto sea su precio medio global, más se erosionan la libertad de expresión, la de prensa, las elecciones libres y justas, la independencia del poder judicial y de los partidos políticos y el imperio de la ley. Y estas tendencias negativas se refuerzan por el hecho de que cuanto más sube el precio, menos sensibles son los gobernantes con petróleo a lo que el mundo piensa o dice de ellos.
Y, al contrario, cuanto más bajo sea el precio del crudo, más obligados se ven esos países a avanzar hacia un sistema político y una sociedad más transparentes, más sensibles a las voces de la oposición y más centrados en crear las estructuras legales y educativas que maximizarán la capacidad de su pueblo de competir, crear nuevas empresas y atraer inversiones del extranjero. Cuanto más cae el precio del oro negro, más sensibles son los líderes productores de petróleo a lo que las fuerzas externas piensan de ellos.
Friedman define a los países petroleros como aquellos que dependen de la producción de crudo para el grueso de sus exportaciones o de su producto interior bruto (PIB) y que, al mismo tiempo, poseen instituciones estatales débiles o gobiernos autoritarios. A la cabeza de esa lista estarían Azerbaiyán, Angola, Chad, Egipto, Guinea Ecuatorial, Irán, Kazajstán, Nigeria, Rusia, Arabia Saudita, Sudán, Uzbekistán y Venezuela.
Los que tienen mucha cantidad de este hidrocarburo pero que eran Estados bien asentados con instituciones democráticas sólidas y economías diversificadas antes de descubrir su oro negro –Reino Unido, Noruega y EE UU, por ejemplo – no estarían sujetos a esta ley.
Desde hace tiempo, los economistas han resaltado las negativas consecuencias tanto económicas como políticas que la abundancia de recursos naturales puede tener para un país. Este fenómeno ha sido bautizado como la enfermedad holandesa o la maldición de los recursos. El primer nombre se refiere al proceso de des-industrialización que puede resultar de la obtención de unos repentinos ingresos procedentes de la explotación de recursos naturales.
El término se acuñó en los Países Bajos en los 60, después de que allí se descubrieran unos enormes depósitos de gas natural. Lo que ocurre en los países que la padecen es que aumenta el valor de sus monedas, gracias al repentino flujo de capital procedente del petróleo, el oro, el gas, los diamantes o algún otro recurso natural.
1 comentario:
Sumamente interesante y valedero... Ahora estamos en la base de esa tendencia, veremos!
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